domingo, 8 de agosto de 2021

Odio las cancelaciones de las series.

Quizás no sea la clase de entrada que esperáis de mí si habeis llegado aquí por lo que escribo a nivel literario, pero la verdad es que considero dentro de contexto hablar sobre esto. ¿Por qué? Porque mi opinión no deja de estar fundamentada en lo que implica para la narrativa.
Odio las cancelaciones de las series, porque de hecho no dejan de ser la forma definitiva de traicionar lo que la historia, su mundo y el motor interno de sus personajes demanda. Y todo eso por intereses económicos, ajenos a la visión creativa o a cualquier rastro de la autenticidad que se pretende lograr. Además, una serie que no se siente auténtica es muy complicado que te involucre emocionalmente, por lo que traicionar a la autenticidad es traicionar a la esencia misma de las historias que podemos elegir vivir.  
Y sí, vivir. Y no tener de fondo, cualquier día os cuento lo que pienso sobre las formas en que consumimos diferentes clases de contenidos y obras. Es un tema muy amplio.


Por ejemplo, un final artificial y exagerado por una cancelación puede dejar con muy mal sabor de boca (lo siento Sabrina moderna pero que 3 primeras temporadas más buenas y que final más horroroso y forzado) traiciona lo auténtica que está siendo hasta ese momento la ficción y deja mal sabor porque a falta de poder seguir el rumbo planeado han elegido traicionarse a sí mismos.

También tenemos el ejemplo de Juego de tronos que incluso sin cancelación traicionó la autenticidad. Esto pasó porque George R.R.Martin les dijo a los guionistas qué iba a pasar en sus dos últimos libros pero no cómo y se las tuvieron que apañar para forzarlo; de hecho HBO les ofreció acabarla con otras dos temporadas para dotar de autenticidad a la recta final y que no parezca casi sacada de la manga. Lo rechazaron por prisas para aceptar un contrato con Disney para un proyecto de Star Wars (la compañía del ratón retiró la oferta por la mala prensa que les trajo el desenlace de la ficción al disgustar a sus fans) y nos dejaron dos enseñanzas con su tropiezo:

*No hay que forzar acontecimientos si no queremos sentirnos como si traicionaramos a la historia y a quienes viven en ella.
*Deberíamos no apresurarnos, los acontecimientos deben fluir y no dejarnos llevar por las ansias de acabar en un YA el proyecto, de hecho esas ansias nos pueden llevar a desaprovechar su potencial.

También digo, es mejor terminar una ficción (incluso si queda parte del potencial desaprovechado) y no descontinuarla traicionando lo que implica la obra y a quienes han vertido ilusiones, ganas y emociones en ella.


Un saludo, y nos leemos pronto. Tengo pensado definir en algún momento un ritmo regular para el blog.

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